Desde que eres pequeño idealizas de una manera exagerada tu primera experiencia laboral, llegando a imaginar en múltiples ocasiones situaciones, conversaciones o personas relacionadas con tu llegada al mundo de los mayores.
Creo que estás de acuerdo conmigo en que la realidad se suele acercar bastante poco a esas fantasías juveniles.
Mi primer trabajo en el mundo de la programación me dejó bastante marcado porque supuso una situación que se alejaba mucho de lo que yo esperaba pero que, con el tiempo, me he dado cuenta que es más normal de lo que en un principio me parecía.
Después de varias idas y venidas en el ámbito universitario decidí, gracias a la ayuda de mi familia, afinar un poco el tiro y centrarme en un sector que realmente me gustaba y que creía que me podía aportar cosas en un futuro. Cursando un grado superior centrado en el mundo de la programación encontré todo aquello que necesitaba para empezar a labrarme un futuro profesional prometedor.
Además, por aquel entonces todavía se realizaban prácticas en empresas sin mucho problema. Ahí es donde comienza mi pequeña historia.
Por mucho que te imagines tu primer día de trabajo siempre se te van a escapar cosas que no eres capaz de controlar en el momento. La idea que yo tenía en mi cabeza cuando empecé a trabajar en aquella gran consultora no tuvo absolutamente nada que ver con lo que realmente sucedió.
Cuando intentaba visualizar el día de la firma de mi nuevo contrato profesional me imaginaba como aquellos futbolistas que llegan a una rueda de prensa hasta arriba de periodistas, recibiendo la camiseta de su nuevo equipo y posando para la posteridad después de haber proclamado a los cuatro vientos su amor incondicional por el equipo. Creo que para sentirme totalmente realizado con esa experiencia necesitaba atención plena sobre mi persona en aquel momento tan señalado.
La realidad me dio un buen bofetón de ida y vuelta y me hizo comprender que no siempre las cosas son cómo te las imaginas.
La firma del contrato no fue para nada esa fantasía de Disney que yo me había montado en mi cabeza. Me encontré con 4 o 5 salas de reuniones llenas de personas que, como me pasaba a mí, venían a firmar su primer contrato laboral en una empresa de proyección internacional.
Recuerdo a la persona que representaba al equipo de recursos humanos gritando nombres por las diferentes salas y lanzando contratos como si del mejor crupier de Las Vegas se tratase. Mis compañeros y yo nos peleábamos buscando bolígrafos para poder plasmar nuestra rúbrica y compartiendo experiencias mientras leíamos todos aquellos anexos que difícilmente entendíamos.
¿Tienes dudas? No te preocupes, te las guardas y luego serán respondidas cuando estéis todos juntos, no vaya a ser que tenga que repetir las mismas cosas varias veces…
La sensación de desamparo en esos momentos es muy grande.
No tienes los conocimientos ni la experiencia necesaria para afrontar ese tipo de situaciones y llegas a pensar que es lo normal, que quizá tus expectativas habían sido muy exageradas y que esa despersonalización que estabas sufriendo sería lo normal de allí en adelante.
Continuamos con nuestra agenda y después de la firma de contrato nos metieron a todos en un auditorio en el que, al más puro estilo militar, se nos fueron dictando las normas por las cuales se regía tan magna empresa. Por nuestras manos pasaron hojas especificando cada detalle de cómo debía ser nuestra vestimenta en las diferentes estaciones del año, nuestros comportamientos de cara al cliente o incluso las diferentes proclamas que debíamos utilizar como miembros de esa nueva comunidad.
Eso sí, de vez en cuando nos endulzaban la asistencia con promesas de crecimiento profesional, de formación especializada o de asistencia a eventos de lo más llamativo.
Esto último, un mero espejismo, una gran cortina de humo.
Durante el transcurso de la reunión se escucharon muchas voces que no estaban de acuerdo con alguna de las condiciones que se nos habían impuesto. La respuesta siempre fue la misma: somos una multinacional súper exitosa, llevamos muchos años trabajando de esta manera y creemos que es lo mejor.
La traducción era la siguiente: esto es lo que hay, si quieres trabajar aquí te fastidias y bailas con la música que nosotros pongamos. Me dio la sensación de que en todo momento tenían la imperiosa necesidad de transmitirnos la cantidad de gente que tenían a la espera para ocupar nuestros puestos.
Esa sensación de ser uno más en el engranaje, de no ser especial ni único, contrastaba fuertemente con las ilusiones y sueños con los que había cargado mi maleta profesional hasta ese momento. Sin embargo, no todo fue desilusión y pérdida de identidad. A pesar de la fría bienvenida y del riguroso formalismo que envolvía cada procedimiento, hubo momentos y encuentros que me hicieron ver la luz al final del túnel.
Con el tiempo, y una vez superadas las primeras semanas de adaptación, empecé a sacar conclusiones positivas de mi incorporación a la empresa. Fue entonces cuando me di cuenta de que, en el mundo laboral, especialmente en sectores altamente competitivos como el desarrollo, no siempre se recibe un trato personalizado desde el primer día. Sin embargo, eso no significa que no haya espacio para el crecimiento personal y profesional.
Aprendí a valorar las oportunidades de formación y los retos que se me presentaban, entendiendo que cada proyecto, cada código y cada tarea cumplida eran escalones en mi desarrollo profesional.
Así, poco a poco, fui encontrando mi lugar. De cada uno de los proyectos en los que participé pude sacar conclusiones y llevarme pequeños aprendizajes que han ido construyendo el camino hasta el día de hoy. Descubrí la satisfacción de resolver problemas complejos, de contribuir a un equipo y de ver el fruto de mi trabajo en el mundo real. Esta experiencia me enseñó que la pasión por lo que haces, la dedicación y la capacidad de adaptarse y aprender son claves en este camino.
Mirando hacia atrás, entiendo que aquel choque inicial con la realidad laboral fue necesario. Me forzó a salir de mi burbuja de expectativas idealizadas y a enfrentarme al mundo real con todas sus imperfecciones. Me hizo más fuerte, más resiliente y, sobre todo, más consciente de lo que realmente significa ser un profesional en el mundo de la programación.
En resumen, mi primer empleo fue una montaña rusa de emociones, desafíos y aprendizajes. Lo que en un principio se percibió como una desilusión, con el tiempo se transformó en una valiosa lección de vida. Aprendí que la adaptabilidad, la perseverancia y la continua búsqueda de conocimiento son fundamentales. Y aunque el inicio no fue el esperado, marcó el comienzo de una apasionante carrera en el mundo de la tecnología que aún continúa.